En la primavera de 2001 recibí la estupenda noticia de que mi esposa y yo íbamos a ser padres primerizos. Belén, emocionada, me contó su deseo de ir a Santiago para dar gracias al apóstol, por el que siente una especial devoción. Pensé que no había mejor elección que encomendar nuestra familia nada menos que al patrón de España y de la Hispanidad, y volver a disfrutar de Galicia una vez más, una tierra a la que ambos queremos profundamente.
Preparamos un itinerario para ese verano que recordaremos
siempre: unos días en Santiago, otros pocos en Santillana del Mar y algunos más
en los Picos de Europa.
Además de nuestra alegría por el aumento de la familia, el maravilloso
clima veraniego del norte de España, su fabulosa gastronomía y sus increíbles paisajes,
sin pretenderlo, afloraban a cada paso multitud de conexiones a numerosos
episodios de nuestra historia.
En Santiago nos hospedamos en el Parador de los Reyes
Católicos, considerado el hotel más antiguo de España, justo al lado de la
Catedral. Se fundó en 1509 por los propios Reyes como hospital de peregrinos y
desde entonces ha sido testigo a través de los siglos de la infinidad de visitantes
que han acudido a la Catedral a venerar al Apóstol
En Santillana, el lugar elegido fue el Parador Nacional Gil
de Blas. El azar o el destino quiso que en aquellos días se celebrase en la
preciosa villa una exposición sobre el Marqués de Santillana en las
inmediaciones del mismo Parador.
Portadilla de uno de los cuatro libros de la obra publicada con ocasión de la exposición sobre el Marqués. |
Fue allí donde descubrí que nuestro Daganzo había formado
parte de la dote que Catalina Suarez de Figueroa entregaba en su boda al
Marqués. No podía creer haber descubierto a cientos de kilómetros de casa algo
que hasta entonces me había pasado inadvertido a pesar de mi vieja afición por la
historia de nuestro pueblo y de las horas dedicadas a ella.
Aquella villa medieval que conservaba toda su esencia, con
sus muros y calzadas de piedra, aquel divino claustro de la Colegiata de Santa
Juliana y una magnífica exposición sobre el predecesor de los Condes de Coruña, habían sembrado en mí el germen de la
curiosidad y la motivación de explorar a fondo ese nuevo camino que aparecía en
el intrincado y borroso mapa de la historia de nuestro pueblo: el camino de los
Orozco.
En los majestuosos Picos de Europa nos instalamos en Liébana, la tierra de Don Pelayo. Allí, las imponentes montañas y los impenetrables bosques dan refugio al monasterio de Santo Toribio, antaño San Martín de Turieno, custodio del Lignum Crucis que es el trozo más grande de la Cruz de Cristo, y desde donde Beato de Liébana mantuvo su cruzada intelectual con el obispo hereje Elipando de Toledo, defensor del arrianismo y partidario del sometimiento de la Península Ibérica y de nuestra cultura cristiana a los sarracenos. Elipando no era era un rival a la altura de Beato, pero el debate tuvo tal magnitud que incluso llegó hasta los oídos del mismísimo Carlomagno que, como no podía ser de otra forma, llego a tomar partido por el monje lebaniego.
La estancia en Liébana fue más corta de lo que nos hubiera
gustado. Seguíamos regalando nuestros sentidos con aquellos increíbles paisajes
y una incomparable gastronomía mientras disfrutábamos de un clima
agradabilísimo.
Finalmente, en Potes nos topamos de nuevo con la sombra del
Marqués que sin duda nos perseguía. Allí se erguía la sólida y fortificada
Torre del Infantado donde Iñigo vivió algunas temporadas junto a su madre,
Leonor de la Vega, señora de aquellas tierras. Hoy se ha convertido en un
perfecto centro de exposiciones que inevitablemente rezuma historia por los
cuatro costados.
Era hora de volver a casa, recordar la experiencia vivida y,
en los ratos libres, investigar la conexión de Daganzo con los Orozco.
Durante algún tiempo estuve revisando mis apuntes y
reorganizando la información, teniendo ahora en cuenta a los recién aparecidos
Orozco. Hasta entonces había creído en las mismas teorías, que ahora considero
erróneas, en las que habían caído historiadores de primerísimo nivel, situando el señorío de Daganzo en manos de Pedro González de Mendoza, el héroe
de Aljubarrota.
El conocer que el Marqués de Santillana había recibido
Daganzo de manos de su esposa Catalina en lugar de proceder de su abuelo paterno
Pedro González de Mendoza, cambiaba el panorama de raíz y dejaba importantes
preguntas en el aire. La primera era: si la esposa del Marqués era la Señora de
Daganzo ¿De dónde procedía entonces el señorío? La segunda: ¿Por qué algunos
historiadores adjudicaban Daganzo al abuelo del Marqués?
Intenté resolverlas por mi cuenta, investigando, buscando y releyendo
la información obtenida durante varios años. Los nuevos datos alteraban
sensiblemente el significado de lo asumido anteriormente y era necesario
revisarlos.
Llegué a nuevas conclusiones e incluso me atreví a esbozar
un árbol genealógico con la relación entre Orozcos y Mendozas. El vértigo que
me daba la soledad de mi trabajo y la magnitud de los postulados, me hacían
sentir como un ratón entre una manada de elefantes, por lo que decidí consultar
con una bellísima persona, lamentablemente hoy desaparecida, Dios le tenga consigo, que era uno de los mayores expertos en los Mendoza en la Edad Media y
en el Renacimiento alcarreño: el profesor José Luis García de Paz (1959-2013), Doctor
en Química y Física, Cronista Oficial de Tendilla, historiador y escritor.
Anteriormente ya le había hecho alguna pequeña consulta que “cometió el error” de responder humilde y amablemente, por lo que recurrí a él nuevamente. Intenté molestarle lo menos posible, aunque él me dio pie a ello por su forma de ser afable y sencilla y su pasión por la historia alcarreña. Vaya desde aquí mi sentido homenaje de agradecimiento a una grandísima persona.
En un email de 11 de mayo de 2007, encabezado por el asunto “Una Pista”, me decía que había consultado los 4 tomos editados durante la exposición sobre el Marqués que se realizó en Santillana que he mencionado anteriormente y exponía una serie de consideraciones sobre el matrimonio de Íñigo y Catalina.
Más adelante me aconsejaba visitar el árbol genealógico que publicaba Sor Cristina de Arteaga (1902-1984), doctora en Ciencias Históricas, cronista y miembro de la familia Mendoza, en su enorme trabajo "La Casa del Infantado, cabeza de los Mendoza". Me decía que el árbol de Sor Cristina difería ligeramente del mío en un pequeño detalle que no afectaba al fondo del asunto. Señalaba también otros párrafos de Sor Cristina que apuntalaban la “teoría de los Orozco” y que veremos más adelante.
Por último, respecto a la cuestión de la posesión del señorío de Daganzo por Pedro González de Mendoza, sentenciaba: «Ojo, no es lo mismo propiedades que señorío. No me queda claro que recibiera el señorío de Daganzo sino propiedades en Daganzo.» Curiosamente, estábamos de acuerdo en todo lo esencial. También hablaremos sobre ello.
Continuará...
Mariano Fernández.
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