BUITRES por Mariano Fernández

 Aunque los nidos más cercanos del buitre negro se encuentran a más de 50 km, principalmente en un pinar de Rascafría, raro es el día que no podemos ver un buitre negro por nuestros contornos. Su impresionante envergadura de casi tres metros y su oscura silueta le hacen inconfundible, a la vez que majestuoso.



Cuando está posado en el suelo, su considerable tamaño hace que se distinga claramente a lo lejos, dando la impresión de que hay alguien allí sentado.

Tiene el cuello más abrigado que el de su primo, el buitre leonado, llegando las plumas hasta la base de la cabeza.




Hace sus nidos en árboles y pone un único huevo a finales del invierno, que es cuidado por ambos padres.

Se alimenta de todo tipo de carroña y ocasionalmente de algún animal enfermo. Hoy en día, por nuestra zona, tiene que conformarse con cadáveres de conejos, liebres y en ocasiones de algún corzo. Antiguamente, lo hacía de las mulas y ovejas que se depositaban en los muladares.

El buitre leonado (Gyps fulvus) también se puede ver fácilmente en nuestros cielos pero, aunque es bastante más numeroso que el buitre negro, viene con menor frecuencia, si bien es cierto que cuando lo hace forma grupos más numerosos que pueden sobrepasar la decena de ejemplares.



Este buitre prefiere instalar sus nidos en acantilados y cortados rocosos, generalmente de gran altura, pero también puede hacerlo en árboles. Una de las colonias de cría más grandes del mundo se encuentra en el Parque Natural de las Hoces del río Riaza, en Segovia, a tan solo un kilómetro de la provincia de Madrid.




Su envergadura es menor que la del buitre negro aunque normalmente supera los 2,5 metros. La puesta también es de un solo huevo. Ambos especies son muy longevas, pudiendo superar los 35 años.

Mariano Fernández

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