EL VUELO DE LUNARDI A DAGANZO EN 1792. Por Mariano Fernández

 El primer vuelo en globo tripulado en España fue realizado por los italianos Barletty y Braschi en Aranjuez el 16 de junio de 1792. El vuelo fue patrocinado por Pablo Abarca de Bolea, Conde de Aranda.

Apenas dos meses después, el 12 de agosto de 1792, Vicenzo Lunardi fue el protagonista de un vuelo mucho más notorio, presidido por el entonces príncipe de Asturias, posteriormente Fernando VII, con inicio en el parque de El Retiro de Madrid y final en Daganzo.

Tanto es así, que incluso, muy probablemente, la hazaña fue recogida por unos dibujos o bocetos atribuidos a Francisco de Goya que reflejarían este evento, ya que el segundo vuelo realizado por Lunardi en Aranjuez, el 8 de enero de 1793, Goya no pudo presenciarlo por encontrase muy enfermo en Andalucía.


Dibujo a pluma atribuido a Francisco de Goya. Colección Casa Torres.


Dibujo a lápiz atribuido a Francisco de Goya. Hamburger Kunsthalle.

Teodoro Baró nos cuenta en su crónica de La Ilustración Artística de Agosto de 1896 sobre el domingo 15 de agosto de 1792:

 "...rompiendo sables y tremolando banderas, volara en un globo aerostático el luquense D. Vicente Lunardi, práctico de estos vuelos, que había ejecutado varias veces y con felicidad en las cortes de Nápoles, Londres y otras partes. Como S. M. el rey D. Carlos IV había dado el globo á los reales hospitales General y de la Pasión con el piadoso fin de que los ingresos sé emplearan en la curación de los pobres enfermos, el duque de la Roca era quien entendía en los pormenores de la función como hermano 1nayor del hospital, autorizando con su firma los boletines de entrada, cuyo precio se había fijado en 4 reales «para los que  han de estar en pie;» las primeras sillas «por más inmediatas» costaban 24; las segundas sobre el«Parterre» 20, y los asientos de bancos 16; precios, que indican la novedad y atracción del espectáculo.

El señor duque había tomado disposiciones muy atinadas para evitar la aglomeración, y entre otras cosas mandó que los coches se detuvieran en las puertas que había frente al Pósito y Juego de pelota, llamadas Glorieta y Aparicio, y que los volantes y gente de librea sin jaquetilla, ó chaquetilla, como decimos ahora, que fuese en  los  coches  y estuviese provista de boletín, entráse por los mismos puntos. La puerta de Pobar estaba destinada, á los que fuesen á pie, de militar, á cuerpo ó con capa, y á las mujeres de mantilla ó sin ella; advirtiendo que las que la llevasen debían al entrar bajarla de la cabeza, y los hombres de capa quitarse el embozo. Se permitía el quitasol, pero con la obligación de cerrarlo á la hora de volar el globo. Los que no tenían boletín de asiento debían estar en pie detrás de las vallas alrededor del circo."



Y prosigue:

 "Cuando se supo que el globo estaba colgado en el Retiro y algunos privilegiados que lo habían visto dijeron que el <<aparato chímico>> era muy curioso, vióse asediado el duque de la Roca por los que deseaban contemplar aquella maravilla que permitiría á Lunardi volar como los pájaros; y como las peticiones eran muchas y se ponía en la cosa extraordinario empeño, se resolvió conceder el anhelado permiso mediante una «voluntaria contribución» de dos reales, que pagaron del día 6 al 11 nada menos que 11.720 personas. Consignada la cifra, á nadie extrañará que el domingo 12 de agosto de 1792 se juntaran en el Buen Retiro 12.365 curiosos que compraron la entrada, además de los que de una ú otra manera se colaron sin pagar el boletín. Los ingresos que por los dos conceptos obtuvieron los hospitales ascendieron á 104.372 reales.

La temperatura fué de 26 grados Reaumour, que si bien no era extraordinaria para Madrid, debía resultar bastante molesta por haber caído el viento por la tarde. El concurso de ambos sexos y de todas clases fué tan numeroso como lucido y ofrecía de todos lados un espectáculo hermosísimo á la vista, según nos dice un papel publico de la época. Allí estaban los petimetres, muy galanes, algunos provistos de anteojos que habían comprado en casa de Antonio Zera, que tenía su establecimiento en el cuarto bajo de la casa número 24 de la calle de Tudescos, con los cuales se proponían seguir á Lunardi en su vuelo; las damas de la aristocracia que estrenaban el vestido que les había hecho la modista Giraud, recién llegada de París, que se hospedaba en la calle de la Madera Alta, número 1, esquina á la del Escorial; las majas de rumbo, de alta peineta, basquiña de caireles y mantilla que parecía de espuma; los majos del Avapiés y los que al desgaire echaban la capa bajo el brazo contoneándose por Barquillo, Maravillas y el Rastro; lucían los militares sus uniformes, distinguiéndose los arrogantes guardias de Corps; no faltaba el maragato, acaparador del pescado; ni el gallego, que tras mucho meditar había resuelto gastarse la pesetiña por ver la maravilla del vuelo; y el mismo aire caldeado por el sol de agosto respiraban la duquesa y la que vivía de la humilde tarea de rellenar morcillas y freír tarángana; el grave magistrado y el héroe de borracheras, rapiñas, gaterías y vituperios, que fatigaban las faltriqueras, las tabernas y los juegos. Tres bandas de música de los regimientos de infantería que guarnecían la plaza aumentaban la animación de aquel inmenso conjunto de luz, color y alegría, no turbado por ninguna preocupación, porque parecía que todos estaban satisfechos del presente y teníán la seguridad del porvenir. Para ellos el interés del universo mundo estaba en aquel parterre del Buen Retiro y en el globo que estaba colgado en medio y en su aparato «chímico». Por fortuna no se había inventado el teléfono, se desconocía el telégrafo y no se sospechaba que el vapor pudiese tener otro empleo que el de hacer bailar la tapadera del puchero en que hervían los garbanzos á los que ponía orondos el caldo de carnero y tocino;...".

Después de recordar que corrían los sangrientos tiempos de la revolución Francesa, continúa:

"Después de las cuatro se fueron quitando con el mayor sosiego y sin  precipitación, que era como se hacían las cosas en aquel entonces, los toldos que cubrían el globo por la parte del Este, pues los del Oeste se habían retirado de antemano, y quedó con gran contentamiento de todos al descubierto el famoso aparato, si bien sujeto por medio de cuerdas para que no partiese en virtud del gas que llenaba como dos terceras partes de su capacidad. Cuando mayor era la animación hubo un movimiento general, cuya causa revelaron las músicas al tocar la marcha de infantes, y apareció en la puerta de salida del palacio que daba al parterre el príncipe de Asturias D. Fernando, que á la sazón contaba ocho años, acompañado de otras personas de la familia real, entre ellas el infánte D. Antonio, el mismo que al noticiar á D. Francisco Gil y Lemus, como vocal más antiguo de la junta de gobierno, su marcha á Bayona después del 2 de mayo, terminaba: «Dios nos la dé buena. Adiós, señores, hasta el valle de Josafat.»"

Desde este punto pasamos a la publicación de los días 11, 14 y 15 de agosto de 1792 del Diario de Madrid:













Como curiosidades, resaltar que el anfitrión de Lunardi en Daganzo fue Pedro Fernández Gasco, padre de Francisco Fernández Gasco, ministro de gobernación durante el trienio liberal; y que la zona donde cayó el globo es donde hoy se ubica el polígono industrial El Globo, en la carretera de Alcalá.







 


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